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Mostrando entradas de julio, 2013

Lluvia — Cristian Cano y Ana Caliyuri

Cuando se sentaron formando un gran círculo humano supe que no estaban bromeando y que los pensamientos modelan la realidad. Si las moléculas de agua adquieren diferentes formas al momento de congelarse cuando las exponemos a situaciones variables, quiere decir que los pensamientos moldean la materia. Los océanos varían por la Luna ¿Nosotros no somos un 70 % agua? Cuando comenzaron a cantar sentí que me disolvía entre noveles cánticos acuáticos. Ella, sentada a mi vera, me miró acuosa; de sus ojos parecían salir aguijones de hielo. Celosa, la percibí con odio ancestral. Como siempre mis pensamientos fueron por las espumas de la mar; ahí estaba la elegida; la besé apasionadamente hasta que sólo fue olas. Nuevamente el dilema entre Hera y Afrodita; ésta vez pensé en la luna y las mareas. Afrodita y yo nos alzamos a las alturas. Hay muchas maneras de ser agua; hoy fuimos lluvia.

El enojo de los gorriones

Un éter incansable, ingobernable, que se desliza colándose por entremedio de los cajones y la ropa, evidencia el ataque. Ahí, donde nadie quiere estar porque todo cambia irremediable, queda un recuerdo potente que esteriliza. Los gorriones no nos quieren matar con su melancolía, pero están enojados porque los hacemos a un lado. Por favor, no los abandonemos. Ellos se pelean en la tierra con la ferocidad de los leones para demostrar que no nos van a fallar y que son útiles porque son un poco soldados. El gorrión te mira y te busca desde que eras un pibe, acordáte. Recordálo: parado siempre en el alambrado, sin miedo, esperando que lo quieras. Quereme, que tengo pelito de gorrión, saltito de la india, el valor de los leones y las ganas de evitar la muerte.

Un día impensado – Ana Caliyuri & Cristian Cano

Se levantó como todos los días a la hora habitual. El reloj puntualmente marcó los siete pitidos de la hora siete. Alzó la persiana y, como cada día de los últimos doce años, miró hacia la casa de enfrente. Marilyn también se alzaba a la misma hora. Contó los minutos precisos como para cruzarse en la vereda con ella. Al minuto cuarenta y dos Marilyn abriría la puerta del edificio y él como cada mañana podría saludarla y quedarse con esa imagen el resto del día. Si fallaba sería un día perdido. Llamó al ascensor y bajó mirándose en el espejo: pelo batido y cara lavada eran un buen comienzo. Él la vio y le sonrió (¿un segundo más que ayer?) y alcanzaba para revalidar el día. Cuestionó el momento pendular y si iba a poder soportarlo. El momento exacto en el que, compartiendo, se comprueba la soledad.

Lógica de secundaria

  ―Este pizarrón no es verde. ―El profesor se tomó una grapa. ―Este banco no es marrón. ―¿Se habrá tomado una grapa?―dijo agazapado. ―... el objeto recibe el haz de luz, absorbe todos los colores que componen el blanco y rechaza el que nosotros vemos. Ese mismo color, en este caso verde, es el repelido. Por lo tanto, el objeto es todos los colores menos el que siempre vemos. ―¿Oíste, no? No me discrimines más.

Encuentro muy cercano — Cristian Cano y Ada Inés Lerner

Entró a su hogar con mucha hambre porque había estado corriendo durante toda la mañana. Tenía la excusa ideal para darle un buen atracón a los chorizos de picado fino y los bloques de queso pigmentado que su abuela le tría. Cuando ordenó el desayuno sobre la mesa y estuvo a punto de sentarse, una Sigora emergió del queso parisino. La criatura se irguió como lo haría una escolopendra esmeralda hipnotizándolo a medida que ascendía. Y quizás hubiera perdido el apetito si no le hubiera resultado interesante su danza macabra y se dejó hipnotizar. Creyó que podría detenerla cuando quisiera pero no fue así, el insecto hembra le arrancó los ojos y la nariz y copuló con él hasta que murió en sus entrañas, después de dejar las larvas gestándose en el estómago del mortal. Fue el encuentro más cercano con una Sigora del que tuve noticias.

Miserable

Tenía el revólver en la cintura. Por suerte, la camisa colgaba lo suficiente. Los androides se plantaron al otro lado de la calle. Cuatro manos contra mi único brazo. La ráfaga láser me había herido cuando me topé con ellos en el callejón. Programados para matarme, los dos caminaron hacia mí con la lentitud certera de los mismos asesinos a sueldo con los que seguía manejándose el gobierno. Uno de los androides levanta su arma con la velocidad de un rayo y me dispara en las piernas. Al caer, veo que enfunda dentro de su cintura. Ahora, la luminiscencia de sus ojos es clara. Creen que la misión terminó. Piensan que el miserable ha muerto. Saco el viejo Colt y gatillo apuntando a la cabeza: los resortes y tornillos vuelan por el aire y cae pesadamente levantando polvo. El miserable está de vuelta. El único ojo celeste del androide restante se torna oscuro mientras él retrocede. Ahora es un mano a mano. Disparo dos veces y el androide dice algo que no entiendo. Cae de rodillas y murmura p

Déjà vu — Cristian Cano & Carlos Enrique Saldivar

Cuando tiró del cordel, la piel se desprendió íntegra, como si fuese el forro que envuelve los regalos de una navidad apurada. Mariel se despertó asustada: el césped suave y hermoso de su sueño contrastaba artificiosamente con el aullido desgarrado. Apretó las sábanas, pero los latidos de su corazón obtuso gobernaban. Un primer oxígeno hilado la devolvió desde una realidad tardía. Cumplió con el acostumbrado rito: bañarse, cambiarse, desayunar, trabajar, regresar a su casa, sentarse en el sofá, ver la televisión. Abrió los ojos y se encontró nuevamente sumergida en aquella situación: tenía un minuto para tirar del cordel cuatro veces y arrancarse trozos de carne de las extremidades. «Esto me ha pasado antes, ¿en un sueño? Sí. Pronto despertaré». Decidió no mover un músculo. Empero, esta vez era real. Mariel murió degollada. El asesino estaba decepcionado, nunca una víctima se había mostrado tan serena ante sus macabros juegos.

Déjà vu — Cristian Cano y Lucila Adela Guzmán

Cuando tiró del cordel la piel se desprendió íntegra, como si fuese el forro que envuelve los regalos de una navidad apurada. Mariel se despertó asustada: el césped suave y hermoso de su sueño contrastaba artificiosamente con el aullido desgarrado. Apretó las sábanas, pero los latidos de su corazón obtuso gobernaban. Un primer oxígeno hilado la devolvió desde una realidad tardía .para murmurar- Este despertar ya lo viví... Experta en desenmarañar estos errores de percepción llamados “Déjà vu” buscó algún detalle que marcara la diferencia entre lo real y lo soñado. Fue fácil, el ventanal le mostró un césped helado y ríspido, por lo tanto su suavidad había sido soñada. Ya más tranquila, su rostro se iluminó al contemplar al hombre que dormía su lado. -El amor es real - se dijo, acariciando la punta de un hilo que asomaba entre las nervaduras del más bello de los ombligos.