Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de junio, 2013

La venganza de Poe — Cristian Cano y Ana Caliyuri

  Le aseguro que el fantasma de Poe me persigue. Se lo vengo mencionando seguido, pero él lo niega. Me pide tranquilidad y que abandone supuestas lecturas ligeras: me afirma que no tienen ningún beneficio. Me encuentro en su living mientras sirve café y reparo en las ideas Poe y ligeras. Es difícil remediar algo en el momento último. No me va a curar con unas horas más. Me acerco al balcón y miro el firmamento. La astronomía no es lo mío, pero el fantasma se las ingenió para plantarme un telescopio allí. No diré que estoy a punto de dar en el blanco, tampoco que estoy próximo a un Eureka, pero hay algo que me alienta a ser feliz. El edificio de enfrente tiene la clave. La rubia del octavo apunta a mí y yo a ella. Finalmente cruzamos nuestros cuerpos celestes, brindamos con agua; ella es mi eternidad.

El enojo de los gorriones

Un éter incansable, ingobernable que desliza colándose por entremedio de los cajones y la ropa, evidencia el ataque. Ahí, en donde nadie quiere estar porque todo cambia irremediable, queda un recuerdo potente que esteriliza. Los gorriones no nos quieren matar con su melancolía, pero están enojados porque los hacemos a un lado. Por favor, no los abandonemos. Ellos se pelean en la tierra con la ferocidad de los leones para demostrar que no nos van a fallar y que son útiles porque son un poco soldados. El gorrión te mira y te busca desde que eras un pibe, acordate. Recordalo: parado siempre en el alambrado, sin miedo, esperando que lo quieras. Quereme, que tengo pelito de gorrión, saltito de la india, el valor de los leones y las ganas de evitar la muerte.  

La tercera guerra – Sergio Gaut vel Hartman & Cristian Cano

Estaba tan entumecido por el frío del pozo que estuvo a punto de perder el sentido en varias ocasiones. Lo único que lo mantenía al margen del derrumbe total era el recuerdo de su amado Pierre, el labrador estonio con el que había compartido la vida desde mucho antes de la guerra. Sin embargo, un nuevo infortunio no tardaría en sumarse a los ya existentes: la bota sucia de un soldado frenó frente a su rostro. Moría, literalmente, si se dejaba al arrebato sentimental. El cuero cuarteado y los grumos de barro yacían inmensos. Cinco centímetros entre continentes diferentes y, coronando lo juguetón de su remembranza y el inminente desmoronamiento, la pequeña bandera de cinco milímetros de largo, por tres de ancho. Pierre abandonó sus células. Reparó en el agua del foso y en sus piernas congeladas. Pero disfrutó de un largo camino hasta los ojos de su clon.

El reto – Ana Caliyuri y Cristian Cano

Armonizar el día no es poca cosa. Hay un reto más allá de la propia jugada, dijo Jack mientras repartía las cartas en el juego de poker. Landop lo miró con el ala del sombrero ladeado, así como se había alzado ese día, con la mente torcida. Las cicatrices sobre la mejilla izquierda hablaban de sus luchas perdidas, sin embargo todos le temían dado que se comentaba que el único reto que el tipo no aceptaba era el que iba más allá del juego. Landop esperó sus naipes y miró a la tabaquera que no conocía. Sacó su Colt y lo apoyó en la mesa. Jack interpretó eso como una advertencia intolerable pero también como la oportunidad única: se levantó y le pidió que guardase su arma. Nunca antes le habían pedido las cosas de esa manera tan... cordial. Cuando intentó guardar el arma la tabaquera lo mató.

Sala verde — Lucila Adela Guzmán y Cristian Cano

Sabrina googleó “niños índigo” y leyó recorriendo a toda velocidad los puntos salientes del texto sin encontrar algún indicio de respuesta. La inquietud la desbordaba cuando sus dedos tipeaban deletreando otra búsqueda “niños cristal” Tanto para leer. Ya eran las tres de la mañana y sus párpados querían llevarla a dormir. Tras tomar un café bien cargado siguió investigando, pero nada, nada que definiera alguna semejanza con sus queridos niños de sala verde. Esas miradas que sentía penetrantes tras su nuca, esos pensamientos que llegaban a su mente con el sonido de otras voces la habían atormentando sin ningún sentido aparente, porque no eran ideas maliciosas. Sin embargo, se sentía menos que ultrajada. Desposeída. Con la madrugada en la ventana le afirmó a su madre que, ese día, no iba a ir al jardín de infantes, pero terminó yendo. Esa mañana una voz le ordenó que tuviese un hijo.

Cortina de sombras - Cristian Cano & Ana Caliyuri

Una figura desconocida pasó ensobrada las cortinas. Trayecto turbio es ese hasta la cocina, pero esa vez no tuve miedo. Ahora, que recuerdo bien, nunca tuve miedo. Camino descalzo para ver si es ella otra vez y compruebo es sólo su sombra que se curva en los pliegues de la tela. La extraño al punto de reconstruirla, punto por punto, línea por línea. Puntada por puntada hago mío su recuerdo para darle vida. A veces, pienso que ella no quiere saber nada de mí y es esa la razón por la cual hoy se ha disfrazado de otra cosa. Me cuesta mucho aceptar lo cambiado que estoy; antes le temía a su densidad, sin embargo finalmente ha despertado mi corazón. Inspiro profundo y me acerco a ella. Cosas inexplicables del amor. Me abrazó fuerte y se fue. Todos hablan de fantasmas, pero aún así ella siempre será mi madre.

El árbol viejo

El viento tironea del árbol y es como una guerra, pero una que sólo él entiende. La vive. ¿La sufre? ¿O es su lucha necesaria? A veces sospecho que está enojado y que hace todo ese lío porque no se tolera. Me recuerda a cuando éramos chicos y nos arrancábamos los pelos.

Cierto miedo - Cristian Cano y Carlos Enrique Saldivar

  El vampiro abrió la mandíbula para liberar el cuello de su víctima y la blanca piel impresionó a la iniciada porque era el primer encuentro con su maestro. Debía observar cada uno de sus movimientos: las miradas se encontraron, filosas y certeramente intuitivas. La cabeza de Fani se ladeó y reposó sobre la almohada. Ahora, el nuevo mundo sin fin le abovedaba los sueños prometiéndole una soledad infinita. Esto la reconfortaba. Las ensoñaciones eran muchas, pero también había pesadillas que se transformaban en pensamientos dolorosos: un esposo, un hijo. Se preguntó si estaba imaginando o era la inmediatez de su pasado. Sintió asco de sí misma por verter lágrimas eternas que pronto habrían de extinguirse. Cuando él volvió la encontró muerta: se había cercenado la cabeza con sus afiladas uñas. El amo lloró sobre el cuerpo decapitado. Se dijo que nunca volvería a convertir a una maniaco depresiva, por más hermosa que esta fuese.