...aquella mujer abriendo la boca como un reptil atrevido. Una boca prepotente que le preguntaba cómo era ese ruido que tanto lo descontrolaba. Porque era como el ruido de un reloj grosero, una maquinaria escondida que se resguardaría de la gente inquieta como él. El ruidito gobernador que irrumpía todos sus sistemas, porque devenía ajeno y singular, como extraño sería lo que nos vislumbraría.