Desde dentro del coche la veo venir. Camina decidida, y trae la mirada sobre el suelo. Me parece que un reparo así funciona como lo haría una defensa. La timidez sería otra forma, pero no estoy seguro. Estiro el brazo y abro su puerta. Ahora sonríe. Cuando me presta atención dice que vayamos a un lugar que conoce bien. Giro la llave, y veo un brillo extraño en sus ojos. —¿Todo bien? —me atrevo a preguntar al cabo de un rato. —Tal como lo habíamos planeado. No volverá a molestarte, eres libre. El capital de su seguro de vida pasará automáticamente a la cuenta que he abierto a tu nombre esta mañana. No contesto, me envuelven los remordimientos. Ella me había tratado bien durante todos aquellos años. —Tengo que confesarte algo —vuelve a hablar mientras acerca su cuchillo a mi cuello–. En realidad no la abrí a tu nombre.