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Mostrando entradas de diciembre, 2013

Fulgencio abandonado - Marina C. Kohon y Cristian Cano

Se agacha y la panza le cuelga. Las bolsas repletas de latas se le caen. No desperdicia un vaso plástico, no Sr. Sirve para la noche, cuando está más solo. Dice que cada objeto mundano ciñe el sentido, eso o pegarse un tiro. Los ojos pardos, blancos y nevados de frío, de piel dura, de indiferencia, de todo. Levanta el vasito y lo observa. Mira adentro, quiere saber si está lindo para usar. Fulgencio no desea nada de nadie. Es más, da miedo orbitar en su mundo. Se convirtió en un trozo de madera hosco, en un ermitaño del más acá: ese lugar cerquita al que ninguno va. El más acá de Fulgencio, el mal que lo mata. Mundo-Fulgencio. Lo sobrante de la gente. Limpia el vaso de cumpleaños con una telita y regresa a lo suyo. El Emperador y el vasito. Lo complejo desvalorizado. La vida sencilla que destroza todo lo otro. Carne con tierra. Las personas le pasan por un lado como mundos indistintos: inerciales realidades en una Teoría de membranas. Si se miran, el Big Bang. Gente membrana. Pero no

Descripción de la muerte — Cristian Cano Y Carina Sedevich

Esperarte. Sentado en el patio, te espero. Sabé que puedo descubrir los cambios que el tiempo disfraza: el terrón arenoso, que degrada. Esperando, inquieto. Sepan que dejo cenizas en el piso. Y la nostalgia que siento no está en el pasado ni en el futuro, como dijo Pessoa. Si venís no habré aprendido nada. Si no venís, tampoco. La vida es demasiado corta para olvidar cualquier cosa.

Lápiz y papel

  Un monstruo explorador copión, dijo Valentín, y un maniquí verde que observó su reloj pulsera y enseño dientes nos arrebató con un lápiz.  Con una de sus manos nos trazó irremediables: movimiento poroso de avasallante dimensionalidad. Una realidad lindante que no deja espacios vacíos. La cominola que rebalsa.

La flor cortada - Cristian Cano y Claudia Isabel Lonfat

Me gustan mucho. Siempre traigo una y la pongo en un vaso con agua o la clavo en la maceta de la cocina. Sospecho que al pensar en una flor instantáneamente cortan una. Pero no soy una tijera, tampoco una mano indiscriminada. Imagino para tratar de no matar. Las veo enteras, fuertes y también peno por ellas hasta el punto de saberme un criminal. Momento aletargado y laceral: me digo que es el bien en contra del mal. A veces, ni lo pienso y la corto. La arranco y después sueño con un ejército arisco y floreado rivalizar con la muerte. La mía. Coloridamente proclaman: ¡asesino! Algo de culpa llevo. Me da lástima cortar las flores, pero con en el tiempo siempre descubro un aroma que me asegura: son suicidas. Viven y gozan el esplendor transformado cuando las decapitás y exhibís en el vaso con agua. Un acto abominable. Luego, me pasan otras cosas. Cosas que no puedo decirme en voz alta, que las reservo para mí. Cosas que empobrecen cualquier pensamiento y que solo mi mente es capaz de ver