Me gustan mucho. Siempre traigo una y la pongo en un vaso con agua o la clavo en la maceta de la cocina. Sospecho que al pensar en una flor instantáneamente cortan una. Pero no soy una tijera, tampoco una mano indiscriminada. Imagino para tratar de no matar. Las veo enteras, fuertes y también peno por ellas hasta el punto de saberme un criminal. Momento aletargado y laceral: me digo que es el bien en contra del mal. A veces, ni lo pienso y la corto. La arranco y después sueño con un ejército arisco y floreado rivalizar con la muerte. La mía. Coloridamente proclaman: ¡asesino! Algo de culpa llevo. Me da lástima cortar las flores, pero con en el tiempo siempre descubro un aroma que me asegura: son suicidas. Viven y gozan el esplendor transformado cuando las decapitás y exhibís en el vaso con agua. Un acto abominable.
Luego, me pasan otras cosas. Cosas que no puedo decirme en voz alta, que las reservo para mí. Cosas que empobrecen cualquier pensamiento y que solo mi mente es capaz de ver, como si esta pudiera separarse de mi cuerpo a voluntad, y adquir indentidad. Una maraña de visiones aterciopeladas como pétalos salvajes, enviando señales perfumadas.
Luego, me pasan otras cosas. Cosas que no puedo decirme en voz alta, que las reservo para mí. Cosas que empobrecen cualquier pensamiento y que solo mi mente es capaz de ver, como si esta pudiera separarse de mi cuerpo a voluntad, y adquir indentidad. Una maraña de visiones aterciopeladas como pétalos salvajes, enviando señales perfumadas.
¡Excelente, me encantó!
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