Sabrina googleó “niños índigo” y leyó recorriendo a toda velocidad los puntos salientes del texto sin encontrar algún indicio de respuesta. La inquietud la desbordaba cuando sus dedos tipeaban deletreando otra búsqueda “niños cristal” Tanto para leer. Ya eran las tres de la mañana y sus párpados querían llevarla a dormir. Tras tomar un café bien cargado siguió investigando, pero nada, nada que definiera alguna semejanza con sus queridos niños de sala verde.
Esas miradas que sentía penetrantes tras su nuca, esos pensamientos que llegaban a su mente con el sonido de otras voces la habían atormentando sin ningún sentido aparente, porque no eran ideas maliciosas. Sin embargo, se sentía menos que ultrajada. Desposeída. Con la madrugada en la ventana le afirmó a su madre que, ese día, no iba a ir al jardín de infantes, pero terminó yendo. Esa mañana una voz le ordenó que tuviese un hijo.
Esas miradas que sentía penetrantes tras su nuca, esos pensamientos que llegaban a su mente con el sonido de otras voces la habían atormentando sin ningún sentido aparente, porque no eran ideas maliciosas. Sin embargo, se sentía menos que ultrajada. Desposeída. Con la madrugada en la ventana le afirmó a su madre que, ese día, no iba a ir al jardín de infantes, pero terminó yendo. Esa mañana una voz le ordenó que tuviese un hijo.
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