Un éter incansable, ingobernable, que se desliza colándose por entremedio de los cajones y la ropa, evidencia el ataque. Ahí, donde nadie quiere estar porque todo cambia irremediable, queda un recuerdo potente que esteriliza. Los gorriones no nos quieren matar con su melancolía, pero están enojados porque los hacemos a un lado. Por favor, no los abandonemos. Ellos se pelean en la tierra con la ferocidad de los leones para demostrar que no nos van a fallar y que son útiles porque son un poco soldados. El gorrión te mira y te busca desde que eras un pibe, acordáte. Recordálo: parado siempre en el alambrado, sin miedo, esperando que lo quieras. Quereme, que tengo pelito de gorrión, saltito de la india, el valor de los leones y las ganas de evitar la muerte.
No vine a escribir grandes textos, ni grandiosas historias, ni siquiera pequeños relatos. Solo vine a despertar la noche para que revele las luces que iluminan las palabras. Después de todo, alcanza con la confianza en las alas y un poco de brisa madura. Alcanza con dejarse a la deriva y esperar a las musas, a los barcos de la mañana, a los trenes que llegan y se van, con todo lo nuestro se van. Vine a develar, vine a decir. A encontrar, a querer hacer. Alcanza con la confianza.
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