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Mostrando entradas de 2016

La muerte última - Flor Canosa - Cristian Cano - Graciela Meglia - Andrea Acuña - Enne Bruja

                       Me despierta el olor a lavandina en el piso. Pienso en un lugar cualquiera enterrado en la mugre. Estas reuniones siempre tienen el mismo motivo: hablar del hombre oscuro y descubrir por qué nos quiere matar. Saber quién es el entregador ¿Quién limpió así? Me tapo la nariz con un pañuelo y quedo ahí, contra la pared, como quedaría un insecto esperando en su nada. Lo segundo, me llama la atención que todo esté igual. No falta nada, no hay muebles, incluso el techo de basura tapado con los mismos desperdicios de ayer. La semana pasada quedamos en juntarnos acá una vez más. Estuvo bien: todos quedamos en acuerdo. Como les dije, soy el primero en llegar, porque también soy un poco el creador de éste lío. Ahora el viento que se mete a través de la ventana se llevaba el olor penetrante. Me pregunto: ¿quién desparramó lavandina? Un ruido a mis espaldas me sobresal ta . No son los pasos de mis compañeros ni el chirrido de la puerta de entrada. No. E s otra cosa. A

La calle de la inexistencia

Inmerso en ese mar de personas que van de espaldas, y que repite multiplicando todos los días el caudal en las mismas horas. No importa lo que pasa, porque es como un río que se lleva todo. Ni siquiera cuando sucede lo peligroso. El caudal es inmenso. A jeno . Y es lo mismo siempre, desde la niñez lejana. Hasta que en una tarde gris y desde ese horizonte in diferente que son las espaldas de la gente que avanza, alguien mira hacia atrás. Te miran definitivos los ojos que profundamente tienen algo que ver con vos. Te preguntás de dónde es esa mirada. Sabe qué es lo que buscaste toda tu vida. Te convoca. La famosa espina. Y ahora la piel se te congela. Quedás ahí, parado mientras el mar te choca desde atrás. Te empujan. Pero no le das importancia a la corriente intempestiva, porque después de unos segundos ese rostro lejano te empieza a abandonar. Se vuelve aletargado para seguir su camino desconocido. Se torna una espalda más entre tantas espaldas. La imagen repite inolvidable. Te

Lo poético esconde / Gustavo Tuby, Ariel Cabello y Cristian Cano

    Demasiado pensar me podría defraudar el sentir. Y se me hace imposible intentar lo contrario, porque encuentro lo poético que está ahí, en la repetición, en insistir. Insistir. Y más tarde volver a lo mismo y de nuevo otra vez más. Repensar. Y sería como abrirse el cráneo en las rocas. Creo que existe la manera que deja la mente en blanco, de alejarse de lo que nos rodea y elevarme en la nada. Y sería flotar lejos de los fantasmas que me acosan. Que vigilan. Sí, me vigilan. Me miran desde esos rincones oscuros que son un poco todos los rincones. Mente en blanco. Blanco. Todo blanco. Todo es profundamente nada.

Investigación - Rolando José Di Lorenzo y Cristian Cano

Bajó de su moto voladora y esta quedó flotando al lado de la casa, antes de entrar miró a su alrededor, todas las casas eran iguales, esferas plateadas y brillantes adheridas a una calle oscura, como un extenso collar de bolas circular formando espirales. Las farolas iluminan por demás el barrio, por el problema de la inseguridad la comuna había dispuesto aumentar la iluminación. Xasto, con un gesto de disgusto al contemplar el paisaje entró en la vivienda. Caminó hacia el centro del estar. Dejó su arma y su abrigo en el perchero, y en el espejo advirtió que había dejado la insignia de sheriff en la camisa. La quitó de allí y dejó sobre la mesa. Pasó a la cocina, y presionando botones de todo tipo y color puso en marcha su comida, bebida y el holo visor que ocupaba toda la pared circular. Las noticias hablaban sobre el ataque en el barrio de un ladrón intrépido y astuto que lo asolaba, destacando además la incapacidad de la policía. Un solo testigo lo había visto desde una venta

Visita de dormitorio

  Agotado sostiene el hacha en la mano, y la levanta alto porque siente el rencor inmenso que lo desgarra, y desgarra todo eso que él quiere como un chico. La revolea fuerte, revolea el hacha con la cara sacada en loco, y la mete hasta adentro del todo. El vaso del reptiliano explota, estalla porque el hacha está al revés y pega con la parte ancha. Después de mirar la lluvia a través de la ventana, ve que un brazo amputado pescadea furioso, como pescadearía una corvina sacada con un tirón. Revolotea la mano en el suelo sucio. Parece que quiere levantar un vuelo que solo él puede ver.

El ruido mecánico / Pasaje del capitulo II

...aquella mujer abriendo la boca como un reptil atrevido. Una boca prepotente que le preguntaba cómo era ese ruido que tanto lo descontrolaba. Porque era como el ruido de un reloj grosero, una maquinaria escondida que se resguardaría de la gente inquieta como él. El ruidito gobernador que irrumpía todos sus sistemas, porque devenía ajeno y singular, como extraño sería lo que nos vislumbraría.

Revelación

  Carmine despolariza la panorámica principal, y desnudando lento aparece la oscuridad absoluta. Hipnótica. Después nos miramos, porque es definitivo contemplar un evento así: Ter-gom avanza hacia el acrílico, y lo toca. Lo toca porque niega la profundidad. Repite que no puede ser, hasta q ue repentina nos dice de esa única negrura aberrante, que es un poco como la muerte.

Alienados

—No me extrañaría si serías otra cosa —dijo Magalí—. Sospecho que te guardás algo tremendo. ¿Qué planeás? —Nada —dijo Beltrán. —Entonces, ¿por qué siempre te quedás ahí, recostado, y mirás el cielo? —¡Todo Bahía Blanca se fija en el cielo, Magalí! —Algo escondés —se ató el pelo enojada—. No sé qué tenés, pero está ahí. Se siente. Beltrán observó a su esposa tirar lo que quedaba del vino y entrar a la casa. Al caer la medianoche Magalí se durmió frente al televisor. Beltrán se sacudió la camisa y se sacó una ramita del pelo: la luna encendida en el patio entero, y más también. Cerró la puerta y le acarició la cara, le abrió el puño y le quitó las abejas muertas que acostumbraba juntar. Después, apagó el televisor.