—No me extrañaría si serías otra cosa —dijo Magalí—. Sospecho que te guardás algo tremendo. ¿Qué planeás?
—Nada —dijo Beltrán.
—Entonces, ¿por qué siempre te quedás ahí, recostado, y mirás el cielo?
—¡Todo Bahía Blanca se fija en el cielo, Magalí!
—Algo escondés —se ató el pelo enojada—. No sé qué tenés, pero está ahí. Se siente.
Beltrán observó a su esposa tirar lo que quedaba del vino y entrar a la casa.
Al caer la medianoche Magalí se durmió frente al televisor. Beltrán se sacudió la camisa y se sacó una ramita del pelo: la luna encendida en el patio entero, y más también. Cerró la puerta y le acarició la cara, le abrió el puño y le quitó las abejas muertas que acostumbraba juntar. Después, apagó el televisor.
—Nada —dijo Beltrán.
—Entonces, ¿por qué siempre te quedás ahí, recostado, y mirás el cielo?
—¡Todo Bahía Blanca se fija en el cielo, Magalí!
—Algo escondés —se ató el pelo enojada—. No sé qué tenés, pero está ahí. Se siente.
Beltrán observó a su esposa tirar lo que quedaba del vino y entrar a la casa.
Al caer la medianoche Magalí se durmió frente al televisor. Beltrán se sacudió la camisa y se sacó una ramita del pelo: la luna encendida en el patio entero, y más también. Cerró la puerta y le acarició la cara, le abrió el puño y le quitó las abejas muertas que acostumbraba juntar. Después, apagó el televisor.
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