Me dejo arriba de la mesa. Me tiro sobre el mantel creyéndome algo mundano. Y no sé. Deseo ser un manojo de llaves. Algo sin importancia. O cosas que la gente guarda en los cajones. Máquinas frías y horribles. Espero ahí, olvidado al lado del cenicero, como esperaría alguien que rehúsa escribir. Ya no me importa nada, las palabras me retienen y yo las conservo dentro mío. ¿A quién le importaría una cadena de sensaciones acongojadas en la garganta? Ahora soy algo mundano, y finalmente comprendo el mundo ¿Las palabras? El infinito solapado en un cuerpo humano, lo demás es sólo cuestión de supervivencia. Silencio, el mundo, con actitudes habla.
No vine a escribir grandes textos, ni grandiosas historias, ni siquiera pequeños relatos. Solo vine a despertar la noche para que revele las luces que iluminan las palabras. Después de todo, alcanza con la confianza en las alas y un poco de brisa madura. Alcanza con dejarse a la deriva y esperar a las musas, a los barcos de la mañana, a los trenes que llegan y se van, con todo lo nuestro se van. Vine a develar, vine a decir. A encontrar, a querer hacer. Alcanza con la confianza.
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