El trazo me arrebata lo sanguinolento. Me roba lo esencial y permite disfrutar de ese vacío repentino que nos deja un disparo. Vaciarse como un escopetazo. La cadencia irremplazable en la lentitud y la seguridad de una idea; después, la órden se disputa en la mano y los dedos. El trazo. La línea es un poco una asesina piadosa: me envuelve entre sus sombras, me acaricia y la pienso seductora. Prisionero, se aleja. Lo veo. Es un vacío dulce. Lo sé mío, pero inexplicable fuera de mí. Pensamiento liberado que desparrama recuerdos. Tinta caprichosa que, en las horas de soledad, me toma y se lleva la sustancia de mis letras.
El trazo me arrebata lo sanguinolento. Me roba lo esencial y permite disfrutar de ese vacío repentino que nos deja un disparo. Vaciarse como un escopetazo. La cadencia irremplazable en la lentitud y la seguridad de una idea; después, la órden se disputa en la mano y los dedos. El trazo. La línea es un poco una asesina piadosa: me envuelve entre sus sombras, me acaricia y la pienso seductora. Prisionero, se aleja. Lo veo. Es un vacío dulce. Lo sé mío, pero inexplicable fuera de mí. Pensamiento liberado que desparrama recuerdos. Tinta caprichosa que, en las horas de soledad, me toma y se lleva la sustancia de mis letras.
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