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Mostrando entradas de mayo, 2013

Crescendo — Cristian Cano y Guillermo Vidal

—Tengo un soldadito —le refregó Milos. —Y yo tengo la Espada sagrada —le mostró Manuel. —A mí me trajeron Los Dino-plativolos del espacio exterior. —¿Y qué? —dijo Manuel—. Mi mamá me regaló un cañón láser que dispara caramelos grandes. —Ah, yo tengo un auto que anda sólo y carga nafta sólo y saca unas alas y vuela re-alto, más que todo. —Mmm, —desesperó Manuel—. Mi papá trajo una jaula grande de jubuetes y otra más grande, y yo voy a dormir con los jubetes. —Pero el mío, me va a llevar a un país donde la gente es mala y les va a enseñar a ser buenos y a obedecer. —¿Mami, no es cierto que papa va a construir un jubuete para hacer explotar cosas y entonces todos le van a hacer caso? —Tesoro te dije que no hables del trabajo de papa con los vecinos.

Visita de libro — Cristian Cano y Raquel Sequeiro

Salió desde debajo de la cama. Primero, una mano verde y delgada: Me quedé. Apenas podía respirar. Después: el cuello. Flaco y tembloroso <<Sospechaba. No tendría que haber abierto aquel libro>>. Giró la cabeza en diminutos recorridos, como lo haría un juguete, y me clavó la mirada, despojada de sentimientos. La opaca abertura de su boca comenzó a incrementarse junto a mis temores... Pretendía comerme, asfixiarme o torturarme, de eso estoy seguro. El libro estaba en la mesilla cerrado con llave, tres candados y sujeto por un íncubo portavelas. La danzante llama me alteraba un poco la vista. Pediría amablemente una hoja de reclamaciones: <<No me gusta el color verde, ni su forma de masticarme y luego escupirme>>. Y todo esto porque había rebasado la fecha de caducidad y los personajes se salían por los cantos. Me eché a dormir un poco deshecho y me tapé los pies fríos.

Ecología mutante — Sergio Gaut vel Hartman, Ricardo Cabezas & Cristian Cano

Si un paisaje extravagante puede resultar perturbador, la capacidad de mutación de la selva de Froet ponía a prueba nuestros nervios a cada instante. Habíamos descendido en el sitio prefijado y los equipos de instalación trataban de establecer el campamento cuando la floresta, como el bosque de Birnam en el Macbeth de Shakespeare, empezó a avanzar hacia nosotros. Pero en este caso no se trataba del ejército de Macduff y de Malcolm atacando el castillo del rey de Escocia, sino de la naturaleza viva retorciéndose y mutando en un caos de rojos, verdes, violetas y amarillos. Los alaridos atronadores de miles de árboles acercándose hacia nosotros, se confundían con el pandemónium subsecuente de nuestro campamento. Los hombres abandonaban sus equipos y sus armas desordenadamente, mientras corrían hacia la nave a varios cientos de metros de nosotros. Pero, por cada paso que dábamos, parecía que la distancia hacia la nave se hiciera cada vez mayor. Entretanto, el cielo se oscurecía velozmente

La huella del tiempo — Sergio Gaut vel Hartman, Cristian Cano, Christian Lisboa y Javier López

La cronoscopía se realiza de un modo tal que las sutiles diferencias entre las múltiples versiones del futuro pasen inadvertidas a los ojos de los observadores no entrenados, poco idóneos o mal informados. Hay que considerar que la calidad de cada alteración está vinculada con el grado de compromiso emocional del sujeto involucrado y a la distancia temporal que pretende viajar. Es por eso que Marty Deveraux se puso loco la mañana en que descubrió que Amanda había regresado al punto de origen: 2047. —¡Maldita sea! —exclamó—. Estábamos a punto de conseguirlo. —Dio tres vueltas alrededor del artefacto y consideró la posibilidad de salir en busca de la mujer. Sabía que era inevitable esperar diez minutos para volver a utilizar el transponedor sinaural: un cacharro que cabía en la vertiginosa cartera de una chica de modales generosos. Sostuvo el artefacto con ganas de estrellarlo contra la pared de la habitación. En los últimos días, Amanda se había mostrado inestable debido a la per

Ciudad Industrial y algo gótica — Cristian Cano, Ana Caliyuri, Raquel Sequeiro & Sergio Gaut vel Hartman

Levantarse rápido de la cama es como tirarse por un barranco, le dijo Batman al delincuente que terminaba de atracar el Newest Bank of Ingeniero White. Llegar antes al lugar de los acontecimientos era una materia que estaba empezando a adeudar. Transcurría una instancia en la que nadie le reclamaba nada al héroe de la localidad portuaria, aunque notó cierto estupor cuando, enfundado en un traje rosa, detuvo a los libios que intentaban tomar por rehén al maniquí publicitario de una talabartería. Le llamó la atención el sonido gutural que invadió el corredor del cementerio. No supo si provenía del maniquí, aun destilando fibras fluorescentes, o si era el modo particular de comunicarse que tenía el delincuente del atraco. Tal vez, ambos eran maniquíes, o quizá eran de la misma gavilla. Batman, tomó del cuello al malhechor, y las palabras cobraron color y forma. Cada palabra, se tornó un negro cuervo. Cientos de ellos se lanzaron al ataque. La ciudad comenzó a percibir los vaivenes de las

Las palabras

Las palabras son las únicas asociaciones irreales que con el uso cobran deferentes y coloridos valores, también irreales. Las palabras, a veces, no dicen lo que realmente queremos decir: que por coloridas tanto imperfectas y mentirosas, porque nunca logramos expresar completamente lo que sentimos y, por su diversidad, creemos decir bien. Muy lejos estamos de vaciarnos como un disparo certero, muy remoto es el hecho de contentarnos hasta el último ápice al revolver verdades y decir con ellas. A las palabras hay que ordenarlas, a las palabras hay que decirles, a las palabras hay que putearlas, gritarles: ¡hijas de puta! cuando hacen lo que quieren en nuestro decir inconsciente. A las palabras hay que decirles, muy seriamente, que desconfiamos de ellas.

El otro lado

Zambullirme en la escritura de una novela mientras siento el cómplice murmullo de la gente. Solo y resguardado por la esporádica atención en el café, logro otra diminuta vida.

Dignidades que nadie conoce

Es una persona común y corriente, con las obligaciones que tenemos todos. Me quedé mudo cuando me contó que era amigo de un croto. Uno de verdad. Me dijo que una fría noche le contó un secreto, uno de los que no se cuentan. Me agarró por el hombro y se desahogó. Me dijo que esa noche dos crotos iniciaron una fogata en un tanque de aceite y se repararon de la helada. Que eran como hermanos y que siempre eran unidos. En esa madrugada, mientras uno dormía, el otro lo apuñaló por la espalda. La persona que me contó esto me aseguró, por lo que más quiera, que el croto lo había matado porque siempre le daba lástima.

Un mal día - Cristian Cano y Ana Caliyuri

 …en el medio del café salió el tema. Reparó en una posibilidad que cuadró justo. A partir de ese momento los colores se quebraron y mis manos fueron otras. Me dijo, con todas las ganas, que era un cobarde. ¿Te das cuenta vos? ¡Un cobarde! ―Buscó al mozo―. ¡Sabes para qué escribo, yo! ¡Para olvidar, viejo! Para poder olvidar. ―Ernesto ―Interrumpió― ¿Alguna cosita más? ―No, dejá. Gracias nene. ―¿Pero, y por qué te responsabilizas de algo semejante?  ―No, esperá. Mi madre decía que la estrategia es tan importante como la acción. Bah, algo así. Es decir, estrategia sin acción no sirve y acción sin estrategia es algo así como escribir en el agua… ―¿Te considerás un cobarde? ―No soy cobarde, ni me responsabilizo de algo que es inmemorial para mí. La culpable es ella. No sé si me entendés, ella es la que distorsiona la realidad. Te repito ¡ Yo escribo para olvidar! Y tenés razón, escribo en el agua. Escribo en el agua que cae desde las mejillas de los que creen en m

Sábado - Cristian Cano y Ana Caliyuri

Es la magia de la noche, pensé, mientras un tanto perturbada oí unos oscuros cánticos antiguos que penetraban agudamente por todo mi ser. Fue un aburrido sábado, de esos que la historia no recuerda por anodino. Me acerqué a la puerta tallada en fina madera. La hallé entreabierta y me asomé. Los poros se dilataron en una espontánea ola interrumpida, hasta que el relieve de la puerta pudo anclarme en la realidad. La magia de la noche. La eterna discusión nocturna de la que nadie escapa. El frío otra vez y resolví solemne, salir. Mirar. La figura de una persona acomodada en el balcón. Mirando el mar. Mirando. Tuve deseos de aproximarme, después de todo una silueta es sólo eso, pero necesitaba ver mejor. La nada habitada por alguien difuso y yo, que sinceramente, me sentía diluida por el rugir de la mar. Es que entre el oleaje y mi alma hay una simbiosis bienhechora. Paso a paso, lentamente, me fui acercando a la figura que se hacía cada vez más nítida.   —Hola —dije, pero nada respon

Lectura verdad.

Leyendo la novela El vuelo de la reina , de Tomás Eloy Martines, me di cuenta de lo alejado que puede estar una persona de la capacidad de construir, de querer y de amar, mientras cree que está amando y haciendo lo correcto. Camargo, el dueño del diario y auto convencido dueño del amor de su pareja, deviene en desesperación y fatalidad a pesar de discernir un posible y trágico desenlace (Esto mismo dejando de lado lo obsesivo, increíble). En un momento particular de mi vida, me vi reflejado muy de cerca en la novela, no por parecerme al desdeñable personaje, sino, por comprender que el amor puede llevar a la muerte.