…en el medio del café salió el tema. Reparó en una posibilidad que cuadró justo.
A partir de ese momento los colores se quebraron y mis manos fueron otras. Me dijo, con
todas las ganas, que era un cobarde. ¿Te das cuenta vos? ¡Un cobarde! ―Buscó al mozo―. ¡Sabes
para qué escribo, yo! ¡Para olvidar, viejo! Para poder olvidar.
―Ernesto ―Interrumpió― ¿Alguna cosita más?
―No, dejá. Gracias nene.
―¿Pero, y por qué te responsabilizas de algo semejante?
―No, esperá. Mi madre decía que la estrategia es tan importante como la acción. Bah, algo así. Es
decir, estrategia sin acción no sirve y acción sin estrategia es algo así como escribir en el agua…
―¿Te considerás un cobarde?
―No soy cobarde, ni me responsabilizo de algo que es inmemorial para mí. La culpable es ella. No
sé si me entendés, ella es la que distorsiona la realidad. Te repito ¡ Yo escribo para olvidar! Y tenés
razón, escribo en el agua. Escribo en el agua que cae desde las mejillas de los que creen en mí, de los que aún creen en mí. Y si la historia la escribió quien en verdad jamás me conoció, sin dudas la culpable es ella: La historia mal contada. No sé si me entendiste, pibe. Hoy tengo un mal día. Lo que sucede es que me vi tan mal retratado en un film que hicieron sobre mi vida, que más vale olvidarlo. Ah! Y no le comentes a nadie que tomaste un café con el alma del Che, nadie te va a creer.
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