Es una persona común y corriente, con las obligaciones que tenemos todos. Me quedé mudo cuando me contó que era amigo de un croto. Uno de verdad. Me dijo que una fría noche le contó un secreto, uno de los que no se cuentan. Me agarró por el hombro y se desahogó. Me dijo que esa noche dos crotos iniciaron una fogata en un tanque de aceite y se repararon de la helada. Que eran como hermanos y que siempre eran unidos. En esa madrugada, mientras uno dormía, el otro lo apuñaló por la espalda. La persona que me contó esto me aseguró, por lo que más quiera, que el croto lo había matado porque siempre le daba lástima.
No vine a escribir grandes textos, ni grandiosas historias, ni siquiera pequeños relatos. Solo vine a despertar la noche para que revele las luces que iluminan las palabras. Después de todo, alcanza con la confianza en las alas y un poco de brisa madura. Alcanza con dejarse a la deriva y esperar a las musas, a los barcos de la mañana, a los trenes que llegan y se van, con todo lo nuestro se van. Vine a develar, vine a decir. A encontrar, a querer hacer. Alcanza con la confianza.
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