Sentado en el costado de la cama se agarra de los pelos; sostiene su cabeza como si fuese el objeto contradictorio. Entra al baño y efectivamente se ancla a los bordes del lavamanos. Los aprieta. Se arrima al espejo, se mira de cerca. Muy de cerca. Va directo a los agujeros negros: el iris que flota en la nada; y bordes, astillados como precipicios.
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