
Una humilde madre es ahora la que encabeza el asalto, la que corta el viento como una espada. Los escuadrones la ven encarar y emocionados descienden en picada con lágrimas en los ojos. A unos veinte metros de altura ella endereza el morro del reactor y lo pone en vuelo rasante. En una aceleración temeraria se vuelve la punta de lanza. La sigue una oleada de cazas que en post combustión levanta una crin de hielo y piedra.
Se rumorea que le dicen La venganza de los pueblos
Una voz astillada en la radio.
¡Defiendan la ciudad!
(Texto del relato Destino helado, de Víctor Grippoli y Cristian Cano)
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