Desenreda la manguera y la estira hasta el árbol. Las hojas secas que caen desde las ramas se amontonan en el cordón de la vereda. Hay barro en el suelo, barro en sus manos. Tres pasos hacia la entrada y el principio de la vereda que divide el jardín en dos perfectas mitades; aloe vera, cactus y pino. Se agacha y abre la canilla que está tapada con un tarrito. Entonces la manguera se mueve, se estira. Se llena con agua. Al otro lado, allá en su punta, el aire que escapa. Agua y aire: la magia es perfecta. En la tarde ve que el cactus no es tan cactus, al pino le salen flores y el aloe regresa tonto de verde.
Escribir es alejarse, es huir, tomar un avión hacia cualquier lado. Vos sabés de eso, te leo y quedo en otro espacio. Tiene que ver con la tierra, con el aroma y el valor de tus huesos, ceniza de lápiz, una mina con la que te sale tremenda historia. Sabemos cómo es, papel en mano abordamos enojados y empujamos la valija que revienta de libros, estalla de libros. Ansia por dibujar destino, por volver a manchar cuadernos en la primaria. Te gusta pintar y salir de la raya. Así escribís, nos arrastrás bien lejos hacia donde la soledad no da alcance. *L. Velázquez *C. Cano
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