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Escribir - Enne Bruja, Cristian Cano, Marina Dal Molín, Verónica Ruscio y Ana Caliyuri


   El cadáver exquisito sentado y paciente sostiene la mirada en la lluvia, la calle mojada. Las cortinas y el siseo. El ruido que hacen las llamas. El ruido de las teclas plásticas. Una a, una coma. Un espacio. Dos. Y el violín que insiste, que dice todo lo de adentro, lo mágico, lo secreto. Lo llora cada vez más fuerte. Es el crescendo interminable. Es la bruma que ensombrece. Es el llanto cada vez más agónico de los pájaros. Son los lobos desgarrando restos humanos sembrados en la tierra yerma. El cadáver sonríe. No todo está perdido cuando las cenizas remontan vuelo. Se trata de la especie, del inconsistente mundo que se agazapa de repente. Se trata de la voz que habla alto o que susurra la tempestad o la serena noche que se apresta a morir y sin embargo, renace con otra música entre los dientes.
Y el viento, que trae el pútrido perfume de lo inacabado, eleva en sus brazos los huesos desperdigados. ¡Oh! Dulce danza de flechas que lleva el viento... Viento de magia oscura que crea gigantes... De lo profundo de la noche, un rugido seco, un grito inexperto y gutural... Lo innombrable ha nacido.
Siempre nos faltan las palabras en noches como esta. Somos vidrio empañado, nada más, para la lluvia. Solo una neblina que lo cubre todo, como sábanas en casas muertas. Nos faltan las palabras y por eso escribimos. Para que la lluvia nos oiga a través de los cristales, bajo las sábanas, en la neblina, para ser más fuertes que la muerte exquisita.

Escribimos miedo, estaca, ajos, llanto. Y también coger, parir y cambiar. Escribimos y somos todas las palabras del diccionario. Somos adanes y evas nombrando el paraíso, reduciendo el infierno a esas ocho letras, igual que la tristeza.

Nombremos todo juntos, alumbremos las cuevas, llamemos viento al viento y al cuco, cuco.

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