Me duelen todos los huesos. Cada vez que pienso siquiera en sentarme a escribir las piernas me matan. Pero eso ahora no importa. Y es que no sé si quiero dejarme en ese mismo lugar de siempre, porque si nos proponemos ser dueños de todo trato de que la esfera sea perfecta. Es una protección nos sirve y tiene que darse así. Nos aísla. Debo reconocer que en este ensimismamiento los dolores ya no son más dolores y los remordimientos transforman en otra cosa, asi que mutan cuando comienzo a escribir y los vuelco sobre la página y los disfrazo con máscaras que algunas veces son risueñas y otras resultan amargas. Es mi forma para renunciar a ellos y poder seguir. A pesar del dolor inicial, consigo el exorcismo. Y es que me siento como esos muñecos a cuerda que, moviéndose como autómatas, chocan los platillos con esos brazos rígidos. Entonces intento recrear esa esfera que me devuelve a lo que soy.
Escribir es alejarse, es huir, tomar un avión hacia cualquier lado. Vos sabés de eso, te leo y quedo en otro espacio. Tiene que ver con la tierra, con el aroma y el valor de tus huesos, ceniza de lápiz, una mina con la que te sale tremenda historia. Sabemos cómo es, papel en mano abordamos enojados y empujamos la valija que revienta de libros, estalla de libros. Ansia por dibujar destino, por volver a manchar cuadernos en la primaria. Te gusta pintar y salir de la raya. Así escribís, nos arrastrás bien lejos hacia donde la soledad no da alcance. *L. Velázquez *C. Cano
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