A veces escribo bien. Creo buenas situaciones con personajes sólidos, ambientes atrapantes y una sutil ideología coherente que sostiene los textos. Pero últimamente estoy escribiendo para el mismísimo trasero de un elefante bengalí. Mis personajes quieren matarse de lo malo que es el mundo que los contiene. La ideología se tornó en algo berreta, barato, chato y sin ningún tipo de brillo. Cuando intento mantener la lógica que el propio texto creó, pienso en todo esto y me comparo con obras antiguas. Me pregunto por qué estoy esperando que aparezcan estas ideologías que quieren sostener el pesar y el desamparo límite en los personajes. Y ahora no tengo temor, porque una obra maestra no tiene diferencias con la vida misma. Me pregunto el sentido de la vida. A veces, no tengo a nadie quien me escriba. Y es cuando más seguro me encuentro. Es cuando escribo bien.
Escribir es alejarse, es huir, tomar un avión hacia cualquier lado. Vos sabés de eso, te leo y quedo en otro espacio. Tiene que ver con la tierra, con el aroma y el valor de tus huesos, ceniza de lápiz, una mina con la que te sale tremenda historia. Sabemos cómo es, papel en mano abordamos enojados y empujamos la valija que revienta de libros, estalla de libros. Ansia por dibujar destino, por volver a manchar cuadernos en la primaria. Te gusta pintar y salir de la raya. Así escribís, nos arrastrás bien lejos hacia donde la soledad no da alcance. *L. Velázquez *C. Cano

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