El pecho se le infló hasta formar un globo transparente. Fansi se impresionó, y recordó una rana en celo a punto de estallar en el Discovery channel. Los Ránelak no suelen aparecer en documentales, más bien pertenecen a una realidad dimensional distinta de la luna Encélado. Justo cuando creyó que explotaría, el saco desinfló desagradable, y el científico retrocedió hasta encontrar la pared. El ente saturnino lo contempló insinuándole boca y ojos nuevos: una omnipresencia grotesca declarándose hambrienta, que olvida la crudeza imponente de las naturalezas estelares. Y abrió como siempre abría; sin emociones, sin remordimientos, sin más que un llamado automático, natural, inveterado: abrir la mandíbula, desenrollar esa lengua pringosa, adherir la presa, enrollar, tragar, dormir. Y en el estómago absurdo de la bestia, contra todo pronóstico sensato, Fansi se excita con la cercanía de una revelación esperada. Como tantos otros antes que él, su cuerpo es el propio experimento. Chapoteando en un infierno de jugos digestores el científico comprueba en carne propia lo que ya vaticinaban sus cálculos: los Ránelak digieren el cuerpo de la presa, y a la vez le inmortalizan la conciencia.
No vine a escribir grandes textos, ni grandiosas historias, ni siquiera pequeños relatos. Solo vine a despertar la noche para que revele las luces que iluminan las palabras. Después de todo, alcanza con la confianza en las alas y un poco de brisa madura. Alcanza con dejarse a la deriva y esperar a las musas, a los barcos de la mañana, a los trenes que llegan y se van, con todo lo nuestro se van. Vine a develar, vine a decir. A encontrar, a querer hacer. Alcanza con la confianza.
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