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Morir resulta caro — Cristian Cano y Nae Sirud

Desde dentro del coche la veo venir. Camina decidida, y trae la mirada sobre el suelo. Me parece que un reparo así funciona como lo haría una defensa. La timidez sería otra forma, pero no estoy seguro. Estiro el brazo y abro su puerta. Ahora sonríe. Cuando me presta atención dice que vayamos a un lugar que conoce bien. Giro la llave, y veo un brillo extraño en sus ojos.
—¿Todo bien? —me atrevo a preguntar al cabo de un rato.
—Tal como lo habíamos planeado. No volverá a molestarte, eres libre. El capital de su seguro de vida pasará automáticamente a la cuenta que he abierto a tu nombre esta mañana.
No contesto, me envuelven los remordimientos. Ella me había tratado bien durante todos aquellos años.
—Tengo que confesarte algo —vuelve a hablar mientras acerca su cuchillo a mi cuello–. En realidad no la abrí a tu nombre.

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