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La tercera guerra – Sergio Gaut vel Hartman & Cristian Cano


Estaba tan entumecido por el frío del pozo que estuvo a punto de perder el sentido en varias ocasiones. Lo único que lo mantenía al margen del derrumbe total era el recuerdo de su amado Pierre, el labrador estonio con el que había compartido la vida desde mucho antes de la guerra. Sin embargo, un nuevo infortunio no tardaría en sumarse a los ya existentes: la bota sucia de un soldado frenó frente a su rostro. Moría, literalmente, si se dejaba al arrebato sentimental. El cuero cuarteado y los grumos de barro yacían inmensos. Cinco centímetros entre continentes diferentes y, coronando lo juguetón de su remembranza y el inminente desmoronamiento, la pequeña bandera de cinco milímetros de largo, por tres de ancho. Pierre abandonó sus células. Reparó en el agua del foso y en sus piernas congeladas. Pero disfrutó de un largo camino hasta los ojos de su clon.

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No vine a escribir grandes textos, ni grandiosas historias, ni siquiera pequeños relatos. Solo vine a despertar la noche para que revele las luces que iluminan las palabras. Después de todo, alcanza con la confianza en las alas y un poco de brisa madura. Alcanza con dejarse a la deriva y esperar a las musas, a los barcos de la mañana, a los trenes que llegan y se van, con todo lo nuestro se van. Vine a develar, vine a decir. A encontrar, a querer hacer. Alcanza con la confianza.

Mensaje en la botella

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Grafito al diamante

Escribir es alejarse, es huir, tomar un avión hacia cualquier lado. Vos sabés de eso, te leo y quedo  en otro espacio. Tiene que ver con la tierra, con el aroma y el valor de tus huesos, ceniza de lápiz, una mina con la que te sale tremenda historia. Sabemos cómo es, papel en mano abordamos enojados y empujamos la valija que revienta de libros, estalla de libros. Ansia por dibujar destino, por volver a manchar cuadernos en la primaria. Te gusta pintar y salir de la raya. Así escribís, nos arrastrás bien lejos hacia donde la soledad no da alcance. *L. Velázquez  *C. Cano