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El túnel de Ernesto — Cristian Cano y Ada Inés Lerner

 
Después de mucho pensar me he decidido a saltar dentro del túnel. Cuando descubrí que existía me puse como loco, porque sabía que Ernesto tenía razón: nunca me gustó su primigenia escritura, por eso la desconfianza. Ahora sé que es verdad. Sé que si abro la puerta del ropero ahí va a estar, la boca negra en el departamento desolado, el diente del despecho vuelto hendidura, la ternura trastocada en encono, el afecto en hostilidad.
En ese ambiente pernicioso no hay cabida para un hogar, para el amor fraternal, la amistad, aún la fe en un futuro no tienen cabida. Ernesto representaba todo aquello que yo había rechazado como predestinado. Toda relación con personas y cosas y sacramentos rituales se construye con sentimientos sanos y verdades de a puño. Sin embargo él se empeñaba en destruir todo aquello que su malquerencia le impedía construir.

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No vine a escribir grandes textos, ni grandiosas historias, ni siquiera pequeños relatos. Solo vine a despertar la noche para que revele las luces que iluminan las palabras. Después de todo, alcanza con la confianza en las alas y un poco de brisa madura. Alcanza con dejarse a la deriva y esperar a las musas, a los barcos de la mañana, a los trenes que llegan y se van, con todo lo nuestro se van. Vine a develar, vine a decir. A encontrar, a querer hacer. Alcanza con la confianza.

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