El comedor fue un charco putrefacto en donde aquél reptiloide revolcaba enamorado de alguna repugnancia que desconozco. Se me acercaba extasiado, porque revelaba esa naturaleza grotesca que siempre se esconde: desde debajo, un globo brilloso salió despedido y cayó más allá. Me ardían las piernas, porque las tenía devoradas, pero igual me arrastré hasta la pared. El reptil me sujetó desde el fémur blanco y tironeó personificando la monstruosidad dominante. Dentellaba en el aire comiendo víctimas imaginarias, hasta que le hundí el hacha en la cabeza. Después, la pupila achicó. Después, se desinfló como un globo. Y no puedo olvidar el burbujeo de la nariz sumergida.
No vine a escribir grandes textos, ni grandiosas historias, ni siquiera pequeños relatos. Solo vine a despertar la noche para que revele las luces que iluminan las palabras. Después de todo, alcanza con la confianza en las alas y un poco de brisa madura. Alcanza con dejarse a la deriva y esperar a las musas, a los barcos de la mañana, a los trenes que llegan y se van, con todo lo nuestro se van. Vine a develar, vine a decir. A encontrar, a querer hacer. Alcanza con la confianza.
Es un texto breve, a mi ver, muy fuerte y que se basta a sí mismo para generar un escalofrío. No sabía que devenía de una imagen pero sí la representa vívida.
ResponderEliminarHola, Ada. Es lo que busco. Saludos.
ResponderEliminar