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El pedazo de patio


—Lo sentí. ¿Por qué no me creés? —dijo Siria—. No me quedo más sola. Esta casa tiene algo basto. No me gusta.
—Vos quisiste venir —dijo su novio: Ramiro encontraba la forma de contradecirla—. Y acá dentro no hay nada. ¿Qué querés insinuar?
 —Que el cielo es un velo engañoso.
—No te pongas así —dijo Ramiro—, me preocupo. ¿Ves este uniforme? No te va a pasar nada.

Siria caminó hasta la ventana y se agarró de la cortina, como lo haría una piba. Observó el cielo sobremanera. Ramiro no supo desde cuándo ella había dejado su cabello como la crin de un caballo. Empezaba a temerle, pero en una forma muy especial. Él se sentó y se miró las manos hasta que reparó en la espalda de su pareja, el vestido que traía (de dónde lo había sacado) y las flores que había cortado.

 —Amor —dijo ella soltando la cortina—. El cielo es insípido. Siempre tiene la culpa y constantemente me estanco en su cresta. Yo no tengo la culpa, sabés. Sólo me doy cuenta.

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