Él se aproxima a los vidrios empañados, le gusta dibujar sobre ellos con su dedo índice. A veces delinea notas musicales, otras veces juega con palabras que rápidamente borra. Mou, el dueño del Bar, me ha dado estrictas indicaciones de limpiar todos los vidrios. No querría interrumpir al Sr. Evanescente, asi lo he apodado por su afán de evaporar con rapidez lo que delinea sobre los cristales. Ya es tarde, debo limpiar ese vidrio y él inamovible, me mira con cierta picardía. Le sonreí y esa fue mi peor decisión. No quiero tener ningún tipo de inconveniente en el trabajo. No los voy a tener. Me acerco hasta las ventanas y veo un corazón del tamaño de un puño. No avanzo más, prefiero quedarme quieta. Observo y él no está. Prefiero esperar a que el condensado amor diluya el dibujo.
No vine a escribir grandes textos, ni grandiosas historias, ni siquiera pequeños relatos. Solo vine a despertar la noche para que revele las luces que iluminan las palabras. Después de todo, alcanza con la confianza en las alas y un poco de brisa madura. Alcanza con dejarse a la deriva y esperar a las musas, a los barcos de la mañana, a los trenes que llegan y se van, con todo lo nuestro se van. Vine a develar, vine a decir. A encontrar, a querer hacer. Alcanza con la confianza.
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