Salió desde debajo de la cama. Primero, una mano verde y delgada: Me quedé. Apenas podía respirar. Después: el cuello. Flaco y tembloroso <<Sospechaba. No tendría que haber abierto aquel libro>>. Giró la cabeza en diminutos recorridos, como lo haría un juguete, y me clavó la mirada, despojada de sentimientos. La opaca abertura de su boca comenzó a incrementarse junto a mis temores... Pretendía comerme, asfixiarme o torturarme, de eso estoy seguro. El libro estaba en la mesilla cerrado con llave, tres candados y sujeto por un íncubo portavelas. La danzante llama me alteraba un poco la vista. Pediría amablemente una hoja de reclamaciones: <<No me gusta el color verde, ni su forma de masticarme y luego escupirme>>. Y todo esto porque había rebasado la fecha de caducidad y los personajes se salían por los cantos. Me eché a dormir un poco deshecho y me tapé los pies fríos.
No vine a escribir grandes textos, ni grandiosas historias, ni siquiera pequeños relatos. Solo vine a despertar la noche para que revele las luces que iluminan las palabras. Después de todo, alcanza con la confianza en las alas y un poco de brisa madura. Alcanza con dejarse a la deriva y esperar a las musas, a los barcos de la mañana, a los trenes que llegan y se van, con todo lo nuestro se van. Vine a develar, vine a decir. A encontrar, a querer hacer. Alcanza con la confianza.
Comentarios
Publicar un comentario
¡Gracias por dejarme tu comentario!
Te invito a subscribirte vía mail.
Nos leemos.